Estimados Amigos y Benefactores
Fra' Francesco | Publicado el |
Hoy nos vemos obligados a acudir a ustedes para pedirles ayuda para poder continuar con nuestros trabajos, parte de los cuales aún no han sido pagados. Hemos emprendido la restauración de la hotelería; las celdas están terminadas gracias a vosotros, pero queda otra parte: el techo, la sala de lectura, los baños y la pequeña cocina. Sí, realmente necesitamos de su caridad para asegurar la vida material de la comunidad. No podemos agradecerle lo suficiente la ayuda que nos prestan.
Nuestra gratitud les será dada en oraciones y sacrificios por ustedes y sus familias, además de la Santa Misa que celebramos cada mes por todos nuestros benefactores; en cuanto a los que han pasado a la eternidad, recitamos el De profundis y la hermosa oración que sigue cada día: « Dios, tan pronto para perdonar y tan deseoso de salvar a los hombres, te rogamos tu misericordia para que, por intercesión de la Santísima Virgen María y de todos tus santos, concedas a todos nuestros hermanos, a nuestros parientes y a nuestros bienhechores que han dejado este mundo, llegar a la posesión de la vida eterna ».
Desde que en septiembre, nuestro Hermano Gabriel, habiendo terminado su noviciado y hecho su profesión, acaba de comenzar sus estudios, sumergiéndose con alegría, pero no sin esfuerzo, en el estudio de las 24 tesis tomistas comentadas por el Padre P. B. Grenet y el Padre Hugon, op,: la conquista de la verdad requiere trabajo y constancia, pero la recompensa está siempre por encima del esfuerzo. Dom Jean Leclercq dijo en su famoso libro L’amour des lettres et le désir de Dieu: « La gracia eleva el alma y la enriquece con capacidades divinas. Pero la cultura la refina y la embellece, haciéndola más capaz de recibir y expresar los dones de Dios ». Así lo afirmaba la fórmula de San Bernardo: « scientia litterarum, quæ ornat animam ».
La vida del monje incluye la oración, el estudio y el trabajo manual, ‘Ora, lege, labora’. Los hermanos también deben trabajar con sus manos. En estos momentos, la recolección de aceitunas en Villatalla ocupa buena parte de su tiempo, con la esperanza de obtener una buena cosecha de aceite. Pero primero hay que limpiar la maleza, colocar las redes, rastrillar las ramas cargadas de frutos, volver a mover las redes, rastrillar de nuevo, y así sucesivamente. Gracias a Dios, podemos contar con la ayuda de los oblatos. Todo se desarrolla en una atmósfera de silencio y recogimiento.
El Oficio Divino se canta en el lugar, seguido, después del Oficio de Sexta, de un picnic en el que se da rienda suelta a la conversación y en el que no falta la alegría. La ociosidad -dice San Benito- es enemiga del alma, por lo que, en ciertos momentos, los hermanos deben ocuparse del trabajo de sus manos y en otros de la lectio divina y « son verdaderamente monjes cuando viven del trabajo de sus manos como nuestros padres y los apóstoles ».
La vida monástica es, pues, un modelo de cristianismo en el que todo se desarrolla bajo la mirada de Dios: la vida familiar, hecha de trabajo y estudio, orientada a la oración y a la contemplación. El monasterio y su recinto es un lugar sagrado donde todo habla de Dios, donde todo es para Dios y para su gloria, como nos recuerdan las famosas palabras de San Ireneo: « La gloria de Dios es el hombre vivo; la vida del hombre es contemplar a Dios ». El
monje quiere realizar ahora la plenitud de su vocación divina y eterna: la contemplación y la alabanza de un Ser infinito que le colma más allá de sus aspiraciones más profundas.
Muchos jóvenes de hoy en día dedican dos o tres años de su vida a obras de caridad que merecen la pena, pero ¿cuántos querrían dar toda su vida sólo a Dios? Cuántos empiezan a comprometerse con la vida religiosa, pero al cabo de uno o dos años abandonan la lucha, o se “divorcian” después de haber declarado su fidelidad…
¿Habrá todavía almas de fuego que quieran entregarse radicalmente a lo único necesario y para siempre en la vida monástica?
Que el Señor nos envíe almas así, enamoradas de lo absoluto y de la fuerza, para que se queden fijas donde están las verdaderas alegrías que no pasan.
Y vosotros, queridos amigos, que también lucháis en el mundo contra viento y marea, también estáis llamados a la santidad, a una fe más pura y más fuerte frente al desencadenamiento de las fuerzas del mal.
Nuestra huida del mundo para dedicarnos a la contemplación, adoración y alabanza de las realidades divinas no es fruto del egoísmo, sino que somos como Ángeles de la Guarda que, con su oración, os llevan en sus manos para que vuestro pie no tropiece con la piedra y lleguen así a las puertas de la eternidad con seguridad.
Gracias por sus oraciones y por su caridad tan necesaria materialmente para que la Obra por excelencia, la vida contemplativa, pueda continuar.